25
Jan 10

La cara convexa

Me desperté tirado junto al banco de piedra con mi mejilla derecha hundiéndose en el césped y la humedad de la tierra subiendo por mi nariz. Adiviné que había alguien sentado en el banco al divisar unos zapatos de impecable cuero negro reluciente  más alla de las hojas que cubrían mi visión. Levante mi mirada y vi a un señor calvo, de cara convexa, enfundado en un traje de tres piezas muy elegante. El señor inmediatamente me pregunto si me sentía bien. Respondí afirmativamente al tiempo que me arrodillaba y sacudía un poco mis ropas. Le pregunté si llevaba allí mucho tiempo. “Bastante” me dijo. “Cuando llegué al banco le ví tirado allí, gesticulando pequeños movimientos convulsos  y me acerqué para ver si estaba bien. Al principio pensé que se trataba de un ataque de epilepsia, pero enseguida me di cuenta que simplemente estaba soñando” agregó. Le agradecí su preocupación y me puse de pie.

Se quedo un rato observandome y luego dijo: “Quizás le interesará saber que mientras soñaba mencionó el número cuatro varias veces”. “Perdón?” le pregunté sorprendido. “Eso, decía usted ‘cuatro, cuatro’ mientras dormía. El cuatro es un número muy importante”. Me hizo lugar en el banco, me senté y me quedé observando la gente que pasaba por el parque. “Los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones del año, las cuatro noble verdades budistas, los cuatro jinetes del apocalipsis, las cuatro edades prehistóricas de los aztecas …  la lista sigue. Y sin embargo el cuatro es muy infravalorado. Los chinos le tienen idea al cuatro porque fonéticamente se parece a la palabra ‘muerte’.” No respondí.

Apoyé la cabeza en mis manos, ahora sí que no me sentía muy bien. “Esta usted pálido, quiere que busque asistencia?” “No, gracias, creo que iré para mi casa.” “Me parece bien, déjeme que lo acompañe un trecho.” Se lo agradecí, nos pusimos de pie. El señor de cara convexa se puso a caminar a mi lado en silencio. Al cabo de un rato tuve detenerme, la cabeza me daba un poco vueltas. “Escuche, usted no está muy bien, mi casa es justo ahi enfrente. Venga conmigo y le daré algo para que se sienta mejor.” Volví a agradecerle y acepté su propuesta.  Salimos del parque, cruzamos la calle y entramos en su casa.