Aguila de fuego

La oscuridad era total, de un violeta inescrutable. Busqué la luna o algo parecido a ella, pero ni rastros de su luz ni de su presencia. Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra pude distinguir formas geométricas monumentales: pirámides, rectángulos, semiesféras y todo tipo de poliedros de proporciones mamutescas. Unos destellos irregulares que provenían del firmamento aportaban un poco más de definición a estas formas, pero no lo suficiente para que pudiese desplazarme con tranquilidad. En toda esta incertidumbre lo único claro era una fragancia bien definida, de origen vegetal y muy fresca que me inspiró confianza y me sirvió de guía.

Con mi nariz de timón me puse a deambular. Cuando la fragancia se hacía menos fresca o indefinida reorientaba mi nariz hasta volver a percibir la calidad perdida. A medida que avanzaba (hacia donde?) los destellos del firmamento se hacían menos irregulares y más fuertes, y también pude observar que dejaban estelas de matices rojizos en la atmósfera. En algún momento sentí que mis pasos me llevaban hacia una rampa y que las formas geométricas iban disminuyendo. También disminuía la intensidad de la fragancia así que decidí detenerme. Los destellos también se detuvieron. La oscuridad volvió a ser total y ya no podía ver absolutamente nada,  a punto tal que hasta dudé de mi propia existencia.

Sentí un pequeño temblor bajo mis pies y justo después un relámpago voraz seguido de un estruendo punzante rajó la bóveda celestial que se cubrió de la figura de una gran águila de fuego que durante unos segundos que parecieron infinitos acaparó la vida de todo lo existente.

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